A través de mi Argus

Recortes de nobles ciudades, restos de ruta, cachos de cielo compañero, rincones de habitación de hotel, fábricas y edificios, fragmentos de vías o funiculares detenidos en un tiempo eterno… Así es el tiempo del que están hechos los viajes, como el tiempo de los sueños, dilatado en su presente y extrañamente eterno luego. Los viajes y los sueños nos acompañan para siempre y se vuelven parte de nosotros porque cambiamos con ellos.

Las imágenes de esta muestra nos permiten realizar un doble viaje. El primero es por Europa, por ciudades que él mismo recorrió el pasado año con su cámara, como Portugal, Suiza, Alemania o Francia. El segundo viaje es a esa extraña dimensión que tiene que ver con el tiempo del recuerdo. Para ayudarnos, Lamela se inventó un truco: las fotos están tomadas con dos cámaras, una analógica y otra digital. Por un lado la vieja Argus, cuyo visor determina esos curiosos encuadres, el formato cuadrado y esa textura irrecuperable hoy sin hacer retoques a posteriori. La imagen que aparece en el visor al enfocar es tomada después con la cámara digital, guardando los bordes y las impurezas que pueda traer el azar. La imagen resultante es la imagen final (recortando el formato cuadrado), sin retoques posteriores en Photoshop. Así consigue ese aspecto evocador, emisario del pasado que llama a la nostalgia del viajero. Luis Cernuda habla en su libro Ocnos de una dolencia terrible: “la dolencia que consiste en un afán de ver mundo, de mirar cuanto se nos antoja necesario, o simplemente placentero, para la formación o satisfacción de nuestro espíritu”. Esta exposición supone el encuentro de dos sistemas (metáfora de dos paradigmas), el analógico y el digital, en una misma disciplina, la fotografía. Equiparando el viaje a la disyuntiva de sistemas nos sirven las palabras de Cernuda al recordar el dicho “quien corre allende los mares muda de cielo, pero no muda de corazón”: analógico o digital, el alma de la fotografía, es sólo una, parece decirnos Javi Lamela.

Lidia Gil