¿Cuál es la misteriosa y permanente atracción de los paisajes y jardines japoneses para seguir fascinándonos, aún a pesar de haber transcurrido más de ciento cincuenta años desde que el país abriese sus fronteras a la contemplación de los foráneos?
Ramón Rodríguez Llera.
JAVIER LAMELA EN UN JAPÓN FASCINANTE Y TELÚRICO
¿Cuál es la misteriosa y permanente atracción de los paisajes y jardines japoneses para seguir fascinándonos, aún a pesar de haber transcurrido más de ciento cincuenta años desde que el país abriese sus fronteras a la contemplación de los foráneos?
Porque en un principio, a comienzos de la época Meiji, a partir de 1853, desde la perspectiva de un apasionado reencuentro de Oriente y Occidente en tierras niponas, se entiende el desembarco de todo tipo de curiosos, viajeros afectos a lo exótico, comerciantes orientalistas, también fotógrafos, que introdujeron el nuevo medio de representar la realidad e hicieron de los paisajes y personajes japoneses un tema que fue reconocido, además de por sus méritos técnicos, por el valor añadido de la novedad y la extrañeza pintoresca.
Un reflejo revelador de la sensibilización de Occidente hacia el “japonesismo” lo constituyen las imágenes captadas por los fotógrafos pioneros: Felice Beato y Raimund von Stillfried.
Felice Beato (1834-1903), veneciano de origen, nacionalizado inglés, al igual que el barón austríaco Raimund von Stillfried (1839-1911), revelaron en sus fotografías coloreadas a mano un amplio muestrario de retratos humanos y paisajes del Japón Meiji, que hasta la llegada del primero en 1863, y la apertura de su taller de fotografía en Yokohama, carecía de aportaciones artísticas notorias. El joven arte de la fotografía –Louis Daguerre había triunfado con su popular procedimiento en 1839- se enfrentó en el Japón atávico y feudal a una empresa apasionante de registro de tipos, escenas y lugares, fijando para la posteridad sus formas ancestrales justo en el momento en que se comenzaban a advertir los primeros síntomas de su pronta desaparición. Felice Beato, asociado con el pintor Charles Wirgman, será el primer fotógrafo extranjero creador de un corpus de imágenes de alto valor antropológico y cultural, enriquecido por sus sucesores, series de fotografías que publicó a partir de 1868 con el título de Views of Japan, recopilación de paisajes japoneses, y Native types, álbumes de retratos y escenas de la vida cotidiana.
Por su parte, el barón Raimund von Stillfried, que había trabajado con Felice Beato antes de abrir él mismo su estudio de fotografía en 1871, emprendió varios viajes para elaborar reportajes de tipos y paisajes, como los efectuados a Hokkaido en los años 1872 y 1877, tras lo cual se asoció comercialmente con el fotógrafo alemán Hermann Andersen. La nueva compañía Stillfried & Andersen adquirió los fondos de Felice Beato y comercializó sus placas coloreadas a mano, dado que éste se había alejado de la fotografía años antes. El barón Stillfried abandonó definitivamente Japón en 1881, fecha en la que el discípulo de ambos, Kimbei Kusakabe (1841-1934), abrió su estudio en Yokohama, adquiriendo parte de los negativos de los dos maestros. Con Kusakabe nace la fotografía netamente japonesa, continuista ofertadora de retratos y vistas pintorescas en las que quedan recogidas tantas peculiares imágenes del pasado, así como el proceso irreversible de modernización y occidentalización del país.
En las fotografías de los maestros pioneros los temas tratados, los lugares representados, a menudo inspirados por los grabados ukiyoe, buscan reproducir la apariencia de un país inmutable, obviando los profundos cambios en proceso. El desfase en favor de las estampas nostálgicas se entiende en cuanto el público a quien iban dirigidas lo constituía básicamente la naciente clientela de turistas extranjeros que se aprovechaban de la apertura del país para visitarlo y descubrir su entidad recorriendo la ruta histórica del Tokaido, que unía la antigua capital imperial, Kioto, con la capital del shogun, Tokio. Al gusto por el exotismo y la preferencia de los viajeros por el pintoresquismo, los fotógrafos respondían con imágenes del Japón eterno: paisajes célebres, jardines, templos y lugares sagrados, retratos de bellas mujeres, de voluptuosas geishas, figuras de samurai, de oficios, instantáneas y escenas de la calle.
Me consta que cuando Japón tembló hasta el estremecimiento con el gran terremoto del 11 de marzo de 2011, Javier Lamela se encontraba en Yokohama, la ciudad pionera en acoger a los primeros fotógrafos, la sede histórica de referencia. No sé si él era consciente de esta casualidad en medio del infortunio, probablemente no, pero no fue la única. Hay un segundo paralelo que va más allá de las circunstancias telúricas, siendo éstas conmovedoras.
Las fotografías de los viejos maestros, coloreadas a mano, con las huellas y manchas del paso del tiempo, en particular las que se hallan temáticamente más próximas con el ciclo paisajístico seleccionado por Javier Lamela, podrían en un momento dado intercambiarse, pues los modos añejos de las nuevas vistas de los jardines, en concreto el conocido y admirado Sento Gosho de Kioto (1630), el jardín del emperador retirado, atribuido al famoso príncipe tracista Kobori Enshu, apelan a los orígenes del género mediante el intencionado recurso de servirse de los medios modernos para conseguir efectos antiguos. De una manera sencilla y simpática me lo explicaba el autor para que lo entendiera yo mismo, y cualquiera al nivel de mis sumarios conocimientos de las entrañas técnicas de la fotografía:
“las fotos están realizada con dos cámaras, una digital y la otra analógica de medio formato. Con la digital enfoco la pantalla de la analógica y disparo; la analógica es una cámara antigua, por ello tiene algo de polvo, pelos, etc., por lo que las imágenes parecen antiguas, pero son actuales. Después están pasadas por el photoshop, aunque en este programa lo único que realizo es cortarlas, y subirle un poco los tonos para que así aparenten más antiguas; los bordes negros que se ven pertenecen a la misma cámara antigua, se trata de una gomita que encaja el visor”
Estos asuntos están aclarados con mayor detenimiento en la página web del autor, pues ese es el medio de necesario uso para quien quiera ser comprendido en la vida actual mediante la comunicación visual silenciosa y universal. Lo curioso e interesante, sin embargo, es cómo, sin conciencia de las ataduras históricas invisibles, se repiten y actualizan, mediante la suma colaboradora de dos cámaras, con el ensamblaje de sistemas superpuestos y demás manipulaciones del fotógrafo moderno, las antiguas formas de mirar el espectáculo de un mundo que parece abrirse por primera vez ante el diafragma natural de los ojos y la sensibilidad del viajero de todos los tiempos, aunque ahora se trate de las vistas de un Japón cada vez más escaso de lugares evocadores de su identidad tradicional. Por ello llamo la atención de la casual y feliz coincidencia entre lo que uno sabe y recuerda de la historia del origen de la fotografía en Japón, y esta inspiración, en medio de temblores telúricos, del fotógrafo contemporáneo en temas descriptivos de la imagen de Japón, en esta ocasión registrados en un ciclo del jardín contemplativo que acaba semejándose, y por tanto renovando, seguramente sin pretenderlo, a las primeras impresiones (coloreadas a mano) con las que el lejano archipiélago, el fabuloso Cipango, fue desvelando al mundo sus maravillas ocultas.
Ramón Rodríguez Llera, Historiador del Arte. Escritor. Autor de Paisajes de la arquitectura japonesa (2006); Japón en Occidente (2012).