Mayo nos saluda desde la Caverna de la Luz a través de un personaje entrañable al que vamos a adorar. Es la creación de una feliz colaboración artística para esta cita cavernícola entre Antonio Díaz Grande y el fotógrafo Javier Lamela. Para su trabajo sobre la serie El fantasma en la máquina los artistas han recreado al mítico Elektro, el que se considera el primer robot de la historia, según ese arriesgado tipo de rankings. Creado por Joseph Barnett para la Westinghouse Electric Corporation en Mansfield (Ohaio), este autómata que se movía (26 movimientos), hablaba (700 palabras), cantaba, inflaba globos y hasta fumaba, fue presentado en la Feria Mundial de Nueva York en 1939, cuyo lema era “Construyendo el mundo del futuro”. La atracción provocó sorpresa y admiración entre el público que solo había visto una máquina humanoide así en las películas de ciencia ficción (Elektro llegó a protagonizar alguna). Símbolo del progreso y el desarrollo llegaba tras una larga depresión económica, y fue tal el éxito que suscitó entre el público que lo llevaron de gira con su perro robot Sparko (que ladraba, se sentaba y pedía comida) por todo el mundo, como si una atracción de feria se tratase.
Los artistas recuperan para La Caverna un momento curioso en los inicios de la robótica electrónica contemporánea en el que se utilizaban fórmulas de exhibición más propias de feriantes o espectáculos circenses y teatrales que de lo que ahora asociamos a la alta tecnología. Han creado al personaje con objetos encontrados, como si de un Frankenstein o un primer hombre se tratara, lo han pintado de dorado, y le han insuflado vida artística a través del fotomontaje, elaborando un cartel informativo con una foto en la que ellos mismos aparecen junto a su creación con un gesto que es a la vez de sorpresa, admiración y miedo, esas reacciones que normalmente nos provoca la tecnología en general. El formato de póster anunciante (que se entregará a los asistentes gratuitamente en la galería) es coherente con aquellos espectáculos exhibicionistas y también con la era de la reproductibilidad técnica a la que nos abocó la tecnología. Esta estrategia nos recuerda la acusada pérdida de lo que Walter Benjamin denominó el “aura” de las cosas, lo que las hace únicas e irrepetibles, a causa de la mecanización.
Ambos artistas poseen una inusual intuición artística, gran capacidad de trabajo y una cuidadísima forma de trabajar que dan como resultados piezas de gran calidad y tensión estética.
Lidia Gil Calvo